Ser autodidacta desde muy joven me ha dado una rara libertad para crear mediante la intuición y la observación: he podido explorar las posibilidades y los límites de los materiales sin prejuicios, judgando por la experiencia.
Recoger mi propia arcilla, procesar rocas y plantas para hacer esmaltes y cocer las piezas en un horno de leña es una forma de acercarme a la sensibilidad esencial, hacia una belleza salvaje, auténtica.
Cada cocción es como un retiro: en una cabaña en las montañas, a la que se llega por un camino apenas practicable, sin agua ni luz. Una experiencia que permite la creación a medias con la naturaleza.
Las piezas se cuecen durante días y noches, mientras van cubriéndose de ceniza fundida, desarrollan gruesas costras, las rocas se funden y la superficie se agrieta. La fuerza de la naturaleza se sobrepone a la creación humana.